En las llanuras de Himaira, donde el pasto crece alto y los arroyos
siempre cantan, pasea un toro turquesa de pesuñas de henequén y cuernos de
plata. Gracias a sus pezuñas nunca se le escucha acercarse. Dicen que su
cornada es mágica. Sus cuernos de plata concretan cualquier sueño. Por supuesto
que para que ello ocurra, hay que cumplir ciertas condiciones. La primera, hay que vestirse correctamente:
gorra o sombrero, saco o playera, pantalones de lino o mezclilla, zapatos o
zapatillas, no importa; lo que sí es primordial es que sean de marca y que ella
esté a la vista. No se admite comprar en baratillos. La segunda condición es
poseer una o varias tarjetas de crédito y un celular; el beeper apenas disimula
el asunto. Usar tarjetas de prepago en el celular no es tan conveniente, es
preferible pagar una mensualidad. La tercera, es indispensable recorrer la
pradera en carro propio, preferible en auto del año y que tenga todas las
extras. Una cuatro por cuatro es perfecta. Para encontrarse con el toro
turquesa también sirve: ir a las discotecas y pedir los tragos en otro idioma,
ser miembro de algún club campestre, navegar diariamente en la red informática,
tener la boca llena de alambres, comunicarse por medio de onomatopeyas y
tecnicismos, ir al gimnasio tres veces por semana, permanecer atado a algún
tipo de dieta y vivir sin preguntarse que tienen que ver los sueños con una
cornada de plata. Yo cumplí todas las condiciones. Estacioné mi automóvil en la
orilla de un riachuelo. Caminé algunas centenas de metros. Lo hice con
suficiente cuidado para no ajar ni empolvar mi atuendo y admiré por un momento
el verdor de Himaira. No lo escuché venir.
Ahora, aquí tendido cuan largo soy en una camilla hospitalaria, zurcido
por los dolores me pregunto seriamente, ¿Qué tienen que ver los sueños con una
cornada de plata?
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