CARTA A JULIO VERNE
Ciudad Radial, 6 de marzo de
2002
Señor Julio Verne
Causa de mis dolores de cabeza
(En donde se encuentre)
Mi para nada estimado escritor:
No crea que
le voy a desear buenos augurios en sus labores ni llenarlo de parabienes; muy
por el contrario. Ojalá y sufra de jaqueca crónica, de artritis deformante y
cataratas dobles. Sí, que así sea su suerte, que lo acompañe la misma desgracia
como nos acompaña a nosotros.
Usted y su
obra literaria han perjudicado sobre manera a mi persona y a mi familia. Porque
el triste destino nos convirtió en vecinos de Aristides, un mozalbete enviciado
con la lectura de sus novelas. ¡Y lo peor de todo! Un muchacho ávido de
buscarle aplicación a todo nuevo conocimiento adquirido.
Es que con cada novela ocurre
cada desastre. Desastres que por supuesto sufrimos nosotros. La primera que
leyó fue De La Tierra A La Luna. El día en que finalizó la lectura,
Aristides, el genio, construyó un armatoste con maderas, cartones y fuegos
artificiales. Una pretendida nave espacial. Vale la pena decir que el diablo
ese, mientras leía su novelucha se dedicó a investigar todo sobre la carrera
aeroespacial; todo menos las leyes de la aerodinámica. Al grito de “Un pequeño
paso para un hombre, un gran paso para la humanidad” encendió su invento;
el cual subió, subió, subió hasta que dio una gran curva en el aire enfilando
su carga demoníaca contra el techo de nuestra casa donde hizo explosión. ¡Pobre
de mi madre! Saltó del baño a la calle con sus 247 libras , apenas
vestida con una toalla y gritando hasta enronquecer: “Se acaba el mundo, se
acaba”. Señor Verne, si sospecho que usted se está riendo, no sabe de lo
que soy capaz.
La segunda
novela que leyó fue La Vuelta Al Mundo En Ochenta Días y quien pagó
el pato fue nuestro gato. Amarró al felino a una enorme cometa, la elevó y esa
tarde arremetió por sorpresa una ventolina y a saber si nuestra mascota se
encontró con La Vieja
Voladora o por lo menos con Mary Poppins. Nunca más hemos
tenido noticias de nuestro cariñoso micho.
En estos
días está leyendo Veinte Mil Leguas De
Viaje Submarino y sabe algo señor Verne, ¡Yo no sé nadar! Así que si
usted está acostumbrado a recibir elogios, no los busque en esta misiva, ¡Ni se
le ocurra! Usted es el culpable de nuestra desgracia. Ahora mi madre vive a
punta de valeriana y mi hermanita no para de llorar por su desaparecido gato.
En donde
usted se encuentre sepa que en mí tiene al más ferviente detractor de su obra;
esas novelas impulsan a la gente a inventar cosas y eso es peligroso; lo sé, lo
he vivido en carne propia. Por lo pronto dejemos las cosas de ese tamaño, si
sobrevivo a la última lectura de Aristides tendrá noticias mías.
Procurando
ser lo más grosero posible, su seguro reclamante
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