Contraste en verde
Buscó
acuciosamente en esa deformidad pintada que un día fue su retrato. Cada pulgada
del lienzo fue indagada con extrema diligencia. Allí encontró todo el amarillo
de sus infamias. Los amores muertos a golpe de hielo. Las humillaciones
infringidas a los claveles que sólo querían agradarle. Almas azules que
creyeron que la hiel sabía de sinceridad. Allí la pareja abandonada, allá el
amigo hundido en la empresa fraudulenta. Acá la familia avergonzada y aquí el
ser que ya no resiste la inmortalidad de su malvada belleza. Eternamente joven.
Eternamente vacío. ¡Basta ya!
Vino,
coca, sexo. Nunca amistad. Menos amor. Jamás lealtad. Mucho menos fidelidad.
Aunque sí fue fiel. A su terso rostro. A lo hermoso de su cuerpo. Al ingenio de
su charla. A la fulminante ternura de su mirada. Sí fue fiel. A como adueñarse
de las voluntades ajenas para ajarlas y luego arrojarlas por el caño. Por el
mero placer de hacerlo. Sólo porque se podía hacer.
Pero hay
límites. No hay lienzo que resista tanta mancha putrefacta. No hay posible
resistencia al horrendo cuadro. Por eso ese ser, paradigma de la belleza de la
piel para afuera, decidió ponerle fin a todo. Un cuchillo. Un corte preciso y
adiós a la pintura que le recuerda sus muchas crueldades. Un corte preciso y
adiós a esa eterna, bella, decrépita juventud.
Pero
tenía que saberlo. Tenía que confirmar que allí no estaba la mancha que
registraba la destrucción del único ser que vio a través del oropel barato y
luego le sonrió mirándolo directo a los ojos. Ese ser que sin estar frente al
grabado de sus maldades siempre supo de las entrañas de su sepulcro blanqueado.
Buscó en el retrato deforme. Indagó por muchas horas. Y allí, entre todo el
amarillo de sus infamias, no encontró la mancha que registraba la ruina de
aquel ser tan especial. Al final, la belleza de la piel para afuera regaló su
última sonrisa. Un corte preciso y todo terminó.
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