No te
fíes de Ícaro, el aguilucho impetuoso y cubierto de
quimeras. Sus alas de cera jamás fueron carne y pagó muy caro su desafío. Bien
pudo escuchar a Dédalo y comprender que parafina no se escribe en clave de Sol.
Bien pudo permitirse sentir los hervores del océano y evitarse la temprana
sepultura.
Sin
embargo más pudo la audacia de sospecharse el amo del cielo y el engaño quebró
sus alas ¿Acaso suspiras por la entraña del abismo? ¿Quieres unirte a los corales y vestirte de anémonas? ¿Imitar el vuelo
imperfecto de Ícaro? ¿Terminar de la mano con Narciso?
El
mancebo del desdén y los rechazos también es mala compañía. Tarde o temprano
queda cubierto por una cobija de agua. Y es inútil el reloj antiguo de la
amante. Y de nuevo se te escaparán las palabras. A ti no te tocará ver la flor,
sino el cadáver del hijo de Liríope. Un calambre en el hocico del estómago y tu
digestión será asesinada ¿Aún insistes en adornar tu frente con la vanagloria
del ahogado?
La traición de los espejos alcanzó al
hermoso y Cefiso, el torrente custodio de Atenas, aún se pregunta: ¿Cómo un
hijo de mis aguas pudo morir de una sumergida? La pregunta no es el cómo es
el por qué. Narciso prefirió el propio
fulgor a los meandros de Eco. Se alejó de la tibia acaricia y se acercó al
estrujo glacial. No fue la ninfa quien enterneció las médulas del tesoro
imposible, fue su propio reflejo. ¡Qué cruel es la paradoja!
Los
dilemas siempre sobran: Bregar por un retrato en la fuente o construir un
bajel. Perder de vista el hemisferio o pintar los dedos del horizonte. Cantar
el himno del sol o vestirse de humedades.
Ícaro
y Narciso, las sendas tentadoras y equivocadas ¿Quieres vestir tu verbo de
cerrazón salpicada de batracios? ¿Plagiarlos y dejar pudrir las raíces? ¿Acaso
los secoyas y las palabras dejaron de tenerlas?
No
es la filigrana, es lo profundo. Tu voz sin búsqueda es una agudeza de moda que
pierde la cintura. Tu voz sin propuesta es el encanto asfixiado y convertido en
lodo. Una pose más y serás uno de los tres mil aplastados por Sansón.
Con trescientas zorras incendio los trigales del enemigo
y una quijada de asno le bastó para liquidar a
más de mil. Los filisteos pronto reaccionaron a la amenaza. Dalila y sus
preguntas casi matan de hastío al héroe y con tal de callarla el fornido se
rindió a sus deseos: Confesó su secreto. Mil cien monedas de plata por cada
jefe cobró la intrigante. Y ni uno sólo pudo recordar en la justeza del tiempo
recortar los cabellos del prisionero.
Desde
el valle de Sorec vino la perdición del nazareo y en el templo de Dagón él pudo
desquitarse. Acostados en los laureles de la burla, ellos celebraban la
victoria. Un descuido y el peso de las rocas cobró muy alto la indolencia de
los rivales del juez.
Murió
Sansón junto al filisteo olvidadizo. Aquel que llenó al héroe de cadenas sin
afilar la navaja Aquel que esperó la ruina sin fijarse en la melena ¿Eres tú
uno de ellos?
De
repente sí eres uno de ellos. Uno como el genio que despierta cada mañana y
descubre un viejo ángulo del prisma y salta de alegría y corre a predicar. ¡Un
nuevo credo ha nacido! ¡Vida se escribe con uve de vaca! Y con la prédica crece
la feligresía. Otro santo es elevado a los altares. Y resulta que un anciano ya
conoce la perorata y un niño canturrea desde el jardín de infancia que vida es
con uve de vaca y una mujer se olfatea el negocio oculto. Sin embargo, todos
guardan silencio.
Por
suerte nunca falta el exiliado de los tabernáculos, el orate y su pregunta: ¿No
era vida con eme de pasión? Y la pregunta es un escándalo Y después del rechinar de dientes, ¿Cubrirá el genio
sus oídos con las ásperas manos? Quizás sí lo haga. Quizás vigilará con ojos de
Saulo las ropas de Esteban.
Esteban
era el crío de la luz, la voz de cincel. No perdonó los rancios tímpanos y fue
el primero en la sangre ¿Qué molestó tanto a los maestros de la Ley ? ¿La radiante palabra
escuchada? ¿El manantial en labios tan jóvenes? ¿Su propia boca sellada?
Primero
fue el soborno, luego el perjurio, por último las piedras. Sólo faltó la rifa
del vestido. Las bestias tomaron las carnes de Esteban y Saulo miró
complaciente.
¡Qué frívolos son todos tus intentos! ¿Quién eres?
¿Esteban o Saulo? ¿Tímpano rancio o verbo
atrevido? ¿Qué buscas? ¿La palabra radiante o el pan de los encomios?
Poeta,
una vez marcaste con verbo ardiente la blancura del papel. Cimbraste por un
verano los pechos ingenuos o terribles ¿Pero acaso las huellas del estío no las
borra el otoño? ¡Qué frívolo es tu intento de cantar la profecía! Un efímero aplauso cruza las nubes, pero una pila de
cráneos pretende alcanzar la cola del cometa. El lienzo quedó manchado.
Todas tus pretensiones
valen un aleteo de mosca. Olvidas adrede que el mausoleo es el árbol crustáceo
siempre a la mano. Ni el más grande ni los más valientes escaparon de sus tenazas. Heracles falleció por la
sangre del centauro. Leonidas y sus trescientos cayeron en las Termópilas.
¿Tendrá ya el cangrejo tu guarida preparada?
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