Todavía
no puedo creerlo. Está bien que este niño de cerámica sea tan grande como un
bebé, incluso, la pintura que lo cubre se parece mucho al color de la piel,
pero aún así no lo creo; debí imaginarme todo.
¡Hey! Ahora que me fijo ¿quién habrá
puesto el abanico apuntando hacia San Martín? ¿Acaso las imágenes sudan? La
gente pasando calor y miren lo que hacen los diablillos.
Definitivo... ¡Qué misa más
horrible!
Tanto adornar la iglesia, tanto
preocuparse por colocar al lado del altar un impresionante nacimiento de
imágenes tamaño natural; tantos preparativos y los chiquillos se portan así de
mal.
El destino de cada una de mis
palabras fue ahogarse en el mar de la algarabía. Vaya víspera de Navidad, estos
chiquillos en ningún momento se comportaron a la altura que merece el rito
eucarístico.
Primero fueron las risitas; ji ji
por aquí, ja ja por allá, ¡jo jo, ju ju, que gracia me da!
Luego en los cantos, nada de
melodía, ni armonía, ni siquiera algo de ritmo; puros gritos. Ni que la iglesia
fuera Salsipuedes, con todo y sus buhoneros.
Estoy predicando y ellos diciéndose
chistes. ¡Si yo los vi, no fue que me lo contaron! Ni porque les lancé una
mirada dura, ni porque les tiré un par de indirectas dejaron de hablar. Bla,
bla, bla, laca, laca, laca. ¡Qué insolentes!
Al recoger las ofrendas, comenzaron
a tirar las monedas a la canastita que sirve para ello, como si fueran pelotas
de baloncesto.
Regaño desde el púlpito a los padres
y nada, el desorden continuó. Hasta se atrevieron a mirarme como si yo fuera
Herodes. Hay que saber interpretar bien eso de "dejen que los niños vengan
a mí", la disciplina es necesaria y más en actos tan solemnes como la Navidad.
El colmo fue en el saludo de la paz.
No bien había dicho "démonos fraternalmente el saludo de la paz",
cuando saltó la chiquillería y formó el gran alboroto. ¡Qué bullaranga!
¿Dónde quedó el respeto a la
solemnidad? ¿Y el respeto a mi persona? Les extiendo la mano para saludarlos y
los muy diablos se me abalanzaron y casi me tumban en pleno altar. Si no es
porque una niñita de trajecito celeste capturó mi total atención, los agarro a
porrazos. Cuando la vi, a ella, la niña del traje celeste, al principio me
asusté y luego me asombré; ella corrió hasta el niño del pesebre y lo besó. No
sé si ya estoy enloqueciendo pero me pareció que éste, el niño de cerámica,
también comenzó a reír.
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