Alecrín
es la flor que canta, una copla
en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Su canción es
inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno lejano del Octavo
Sol.
Entre las ráfagas de la incertidumbre se escuchan las
notas del cántico. Así como aletear de colibrí, tenue torrente que se aproxima
y, asustado, rehuye el encuentro. Se escucha el canto y el prado vacante del
Octavo Sol, invitó
a diez mariquitas a caminar entre los capullos y desde las puntas del pasto
avistaron a Alecrín vestida de cantatas y recorriendo las praderas. Una obertura verde
nació desde sus labios.
El octavo Sol
al medio día lanzó mil reflejos contra el escudo arcilloso. Y nació un feroz
ataque de sed. Ese canto perfecto, ¿sería un espejismo? Ningún par de huellas crecía en la ribera. La flor no
caminaba. El astro habitaba el cielo.
¿Sería un espejismo? El Sol oyó la canción y
por fin quiso correr hasta la flor y las corolas que no eran ensueños. El pasto
no mintió. El himno era su alegría.
Sin embargo la
arcilla jamás guardó los pasos. No podía. El octavo Sol, al igual que todos los soles, no
abandonaba sus pisadas. Una vez un sol lo hizo y el incendio fue terrible. A
pesar de la cercanía, a la flor no le pudo arrancar ni una sola gota de
perfume. Y no fue culpa de las espinas. No era Alecrín el espejismo. Él, el
incandescente sublime, lo era.
Desencanto. El lucero tan cerca de los pétalos, el aroma
tan lejos de los rayos. Alecrín es una flor y también una canción, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin
embargo. Canción inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del
julio fatal. Himno
del Octavo Sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario