Postradas hacia occidente adoran al
moribundo. El que las liberó, agoniza. Recuerdan la Batalla del Medio Día, en
donde el Mar alzaba su pesado mazo sin tocarle un dedo al Sol y él, Señor de la
bóveda celeste, lanzaba sin fallar sus lanzas. Herido el Océano, no tuvo más
remedio que dejar ir a las Nubes. Ahora su padre se muere ahogado en destellos
hemorrágicos y ellas gimen mientras llega la noche. Cuando se asome la
oscuridad, se recostarán para abrigarse unas contra otras y escucharán las
predicas de la Luna. Entonces ya no llorarán, Selene les hablará de un nuevo
Sol que vendrá por Oriente. Ya no tendrán frío y con la próxima Aurora,
navegarán por los aires libres y sonrientes.
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