El amor es un gato
Aunque la puerta por donde
acaba de pasar dice: "prohibida la entrada de menores", Fede no hace
el menor caso y penetra al mundo de la media luz y olor a desinfectante. Ya
bien sabe el cuento que echarle a la guardia: "hombre, ¿qué quiere? ¿Qué
robe?", mientras sigue con su pregón "¡Ceviche, ceviche bien
picante!" Esta noche habrá bastante negocio; es sábado de quincena y hay
un barco atracado en el puerto. Por lo tanto, el local está al tope tanto de
naturales como de "acamaronados", ansiosos todos de descargar dentro
de las damas del deseo.
"Mariposas de la noche
De colores brillantes y ojos
dormidos.
Aves del placer de carnes sin
sol
Y sonrisas automáticas.
Aves sin ruta fija
Siempre complacientes con
quien paga su precio."
Entre el gentío se distinguen
tres tipos de clientes: los locales, en su mayoría jóvenes, parados en las
sombras, a la expectativa de aquella que más los excita, mientras hablan entre
ellos de cómo lo hicieron la última vez; vienen por mujeres y no tienen plata
para los tragos. Entre los de piel de camarón, hay unos sentados alrededor de
varias mesas que ellos mismos unieron con algarabía, hablando en un idioma
raro, gritando y vociferando quién sabe cuántas vulgaridades en esa jerigonza
que nadie entiende: deben ser los marinos del barco y quién sabe de dónde sean,
pero tienen plata y hay que ayudarlos a gastarla. El resto de los
"acamaronados" son "armys" y tampoco entienden qué dicen
los del barco.
Estos gringos son clientes
habituales; ellos son los únicos que vienen a bailar y, cuando ya se cansan,
echan su polvo y vuelven a repetir la rutina hasta que amanezca, se les acabe
el dinero o ya no respondan. También, son los únicos que pelean entre ellos por
las damitas. Por supuesto, hay algunos viejos solitarios, sentados en mesitas
con sendas "frías" frente a ellos y tremendas hembras a su lado, que
esperan en silencio que el espíritu se les caliente.
También, por ahí anda el tipo
aquel que se les declara a las "chichis", luego les paga y sube con
ellas para, al día siguiente, llenarse la boca con la historia del
"levante". Algunas lo comprenden y sigan la corriente, otras ya lo
han mandado al carajo y lo tienen amenazado.
"Y ellos, ellos son los peores.
Hombres incoherentes que aman
a la virgen
Pero buscan la ramera.
Hombres lujuriosos y encima
perezosos
Que prefieren pagar por no
convencer con amor."
Entre las chicas se escuchan los
más variados acentos: las hay del Caribe, Centro y Sur América; claro que,
eventualmente, es posible encontrar una que otra cholita nativa, que corta de
nalgas y pródiga de pechos, navega entre la clientela, buscando pescar cuanto
tiburón se le pegue.
También entre ellas es posible
distinguir varios grupos; las hay desde aquellas que le basta con pasearse
entre la jauría y con una mirada escoger con quién se acuestan, hasta las que
tienen que ir de oído en oído repitiendo: "Subamos, papi, y te la
convierto en biberón".
Por lo general, mientras más
jóvenes y "buenonas" levantan más rápido. Se visten con bikinis, por
un lado para lucirse mejor y por otro, porque como para copular sólo usan la
entrepierna, no tienen que desnudare el pecho, evitando así que le manoseen y
baboseen los senos. De este modo salvan su honra, sin importar cuántos la
penetren. Otras visten como de fiesta y cuando suben, con tanto trapo se pasa
el tiempo desnudándose y no echando el polvo. Las más véteras visten con
vestidos de baños enteros y se desnudan completamente ante el cliente, sin que
por esto se dejen manosear y menos babosear por cualquier pelagato. ¡Ah!, pero
eso sí, los besos de amantes son tabú, preferible un pene a una boca; eso es
trofeo, si es que se arriesgan, de aquellos que han sabido llenar sus vaginas
con algo más que esperma.
Los cantineros y mesoneros,
siempre callados y mustios, cierran el cuadro de personajes del mundo de la
media luz y olor a desinfectante, junto con el tipo que cerca de los cuartos
lleva el tiempo y que siempre está dispuesto a rajarle la cara a cualquier
atrevido que se sobrepase con las chicas.
Fede, entretenido con las
maquinitas, pregona esporádicamente su producto, mientras las damiselas se
ganan la vida repitiendo una y otra vez el mismo ritual: abordan al
parroquiano, cruzan breves palabras, él le da la plata y ella paga en la caja,
se dirigen al cuarto pasando frente al tipo que mide el tiempo. Al poco rato,
regresan donde se separan como si nada hubiese pasado. Lo más probable es que,
en realidad, eso sea lo que ha acontecido: nada.
"En este mundo
Siempre lo mismo;
No sol, sí carne,
Donde nada se posee y todo se
pierde
Donde lo único que existe es
la noche."
Esta noche no es de placer,
sino de negocios, por lo que, "adiós maquinita, y a vender ceviche".
La venta iba más o menos; como siempre, los "armys" son los que más
compraban; los marineros y su jerigonza "namás" era joder, y los
limpios parados en la sombra, ni se inmutaba en mirarlos.
Así marchaba la cosa,
hasta que oyó un alboroto en una de las esquinas: un tipo perseguido por una de
las damas es interceptado por uno de los saloneros y le dan tal
"nudera" que hasta Fede aprovecha para meterle un par de
"cochazos". Todavía estarían dándole golpes si no es porque llegó la
"chota". La ley, por supuesto, le dio un par de toletazos. Entre la
algarabía, Fede pudo enterarse de que el fulano decidió no pagar e irse a la
oscuridad y autoservirse. Fue descubierto por la fulana y ya sabemos el cuento.
A la pregunta de por qué hizo esa cochinada, el tipejo contestó: "Lo que
pasa es que las camas son muy duras". Al escuchar eso, reído Fede, se
marcha con su pregón: "Ceviche, ceviche bien picante...".
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