Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 21 de diciembre de 2014

NICASIO CAMINA RUMBO A LA IGLESIA

Media mañana dominical. Nicasio camina rumbo a la iglesia. Busca sentir esa atmósfera que tienen los edificios viejos y pequeños. Camina mirando el suelo y cuidándose de no pisar algún adorno matutino, abandonado por algún perro callejero. Él es un jubilado que juega dominó en la acera, los días que la lluvia y la policía lo permiten. Pero ir al templo no es un pasatiempo, más bien, es un resumen.
Al llegar, por breves segundos contempla la fachada; luego atraviesa el atrio y se quita el sombrero de fieltro ya no tan negro; con una rodilla en el piso, se persigna como sólo él sabe hacerlo; por último, se levanta y busca asiento en la última banca. Es temprano y la misa no ha empezado. Cerca del altar se oye el ensayo de un coro y las voces de unas doñas que conversan mientras acomodan flores; a un costado, unos pasos de tacón grueso se dejan escuchar. Ese clima interior del templo le gusta, le parece que es como estar sumergido en un lago donde nadan los sonidos bañados por el sigilo.
Cuando la mayoría de las bancas están ocupadas, la misa da inicio. Es muy bonita. El evangelio leído es el de la Resurrección de Lázaro y en la homilía se comenta sobre el bingo del próximo sábado. No faltó el gran anuncio de todos los domingos: pronto habrá un templo inmenso y nuevo que reemplazará al viejo y pequeño. La misa continúa.
Al momento de la señal de la paz, los parroquianos con brazos abiertos buscan saludar y estrechar las manos de conocidos y desconocidos. Nicasio es el blanco principal y en esos momentos es cuando desea que a misa viniera otro viejo mal vestido; así se repartirían tanto saludo. Él responde con la mano alargada cual palanca de maquinita de casino.
            Después de la bendición final sale por donde entró y observa a los asistentes abordar rápido sus autos. A su lado mirando el suelo pasa la muchacha que lo besó en ambas mejillas. También pasa el cura gritando indicaciones, algo sobre unos cartones de bingo.  Pronto queda solo, ve una vez más la fachada del templo y le dice:

            “Cuando te derrumben, no sé a que viejo le van a estrechar la mano en la misa, porque lo que soy yo, a ese nuevo edificio, no voy...”.